BLANCO Y AZUL


     Aquí estoy, sentado sobre esta piedra salada. Soy azul y blanco, como las casas de los héroes griegos. Solo mi memoria conoce todos mis recuerdos. He visto pasar incontables amaneceres y escuchado el murmullo constante del mar. Desde mis ventanas abiertas, he observado el ir y venir de los días con la cadencia exacta de las olas. Desde esta altura, sentado sobre esta desgastada roca, me contemplo. Me rodea una montaña amiga y unos árboles compañeros.  He envejecido a ritmo de levantes cálidos y frescos ponientes.  Los vientos salinos me han erosionado dejando en mis paredes la huella del tiempo.  Aquí he albergado vidas, secretos y sueños, amores y disputas, pasiones y amistades eternas. Me he vestido de gala y también de luto.

   Soy más que un lugar. Mis habitantes visten de colores y tienen la piel bronceada. Son alegres y numerosos. Algunos tienen una segunda piel y aran el mar con pequeñas quillas.  Desde aquí veo sus velas surcando el trozo de mar que frente a mí se extiende. Son seres del viento. Entre mis habitantes también hay animales. Un padre y un hijo viven con los peces.

    He contemplado las redondeces de las mujeres antes de parir y a sus criaturas, cosquilleando mis paredes con sus manos diminutas. Son mujeres fuertes y valientes. Entre mis habitantes también hay jóvenes. He visto crecer sus cuerpos amontonados en el poyete que me bordea. Son un ejército de flores. Yo soy el guardián de sus recuerdos, el testigo mudo del ciclo de sus vidas. Ellos me quieren y yo a ellos.

   Hay días como hoy en los que me apena el recuerdo que de mí tengo, aunque no estoy solo. Entre mis habitantes hay unos guardianes que me protegen. Cuidan de mis muros, me limpian, me calientan, me recomponen si me he sentido débil alguna vez. Dos veces me han rescatado de la furia de las mareas. Visten de azul. Mis guardianes son seres del mar. También tengo un hada con nombre de flor, y en la montaña, justo encima de mí, vive mi memoria convertida en mujer.

   La brisa marina me susurra una despedida. En la espera ya no estoy triste. Renuncio a la celebración de lo que fue y ya no es. Con mis escasas fuerzas, me resisto a observar el pasado que se escurre entre los dedos como la arena que piso y que juega conmigo a aparecer y desaparecer, como una novia traviesa. En la espera yo estaba triste, pero ahora espero con calma el porvenir.    

    Las olas seguirán sonando, la arena jugando, las algas enredando, la montaña vigilando y los seres del viento navegando. Mis habitantes seguirán vistiéndose de colores. Veré nuevas redondeces en las mujeres, otros niños ensuciarán mis paredes, otros jóvenes me regalarán sus secretos. Mi lugar será aquel en el que estéis conmigo, sentado en una piedra más joven. Me renovaré, y allá donde me planten los vientos, creceré fortalecido por la memoria que de mí se tenga. Me llaman Chozo. Soy blanco y azul, como los hogares de los héroes griegos y allá donde esté yo estará el corazón de esta tierra caliente.

DIOSAS, MUJERES Y FEMINISMO


 

     Los mitos griegos ofrecen una rica fuente de símbolos que permite explorar la complejidad de la mente humana. A lo largo de milenios, estos relatos han plasmado arquetipos universales que nos ayudan a reflexionar sobre nuestra identidad y la forma en que optamos por vivir. Constituyen, por tanto, una valiosa herramienta para comprender una de las corrientes de pensamiento fundamentales en la actualidad: el feminismo.

    Uno de los mitos que mejor representa la visión tradicional de la mujer es el rapto de Perséfone. De manera muy breve, aunque animamos a los lectores a profundizar en este hermoso y simbólico relato ancestral, este mito explica las estaciones del año. Perséfone, hija de Deméter, fue secuestrada por el dios Hades, dios del inframundo y hermano de Zeus. Desdichada y agotada por su búsqueda infructuosa de su hija, Deméter entra en un duelo solitario. La vieja y sabia Hécate se compadeció de ella y acudió en su ayuda. Es ella la que le dice dónde está su hija, pues escuchó sus gritos durante el secuestro. Mientras, los hombres habían acudido a Zeus para quejarse de la esterilidad de la tierra. Entonces, el padre de todos los dioses sentencia que Perséfone pasaría seis meses con su madre, tiempo durante el cual la tierra es fértil, y seis con su esposo y raptor, tiempo en el que la tierra no produce.

Según Pavel Gómez del Castillo la visión tradicional de la mujer está representada en este mito. De un lado tenemos a Perséfone, mujer vulnerable, sumisa y necesitada de cuidados. Por otro lado, Deméter, la madre protectora y, finalmente, Hécate, que podría simbolizar a la mujer experimentada y sabia. Encontramos, por tanto, tres arquetipos femeninos. Muchos de nosotros reconoceremos a Hécate en nuestras abuelas; esas mujeres sabias y con remedios para casi todo. Las mujeres de nuestra generación luchamos, y mucho, para romper con las etiquetas de «mujeres Perséfone» y no todas hemos seguido el arquetipo de Deméter, puesto que la maternidad ya no es nuestro único centro existencial.

    El feminismo, en su acepción más pura, es una corriente social que defiende el principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre. Los primeros pasos en la lucha feminista fueron aceptados y reconocidos por toda la sociedad como un valor indiscutible, incluso como un patrimonio intangible que nos envolvió a todos (siempre quedan especímenes humanos poco desarrollados, pero de eso no podemos responsabilizarnos como sociedad). Sin embargo, últimamente la lucha feminista parece sufrir una involución. Este hecho es observado, reflexionado y lamentado por un sector de la población y los docentes no somos ajenos a él. Dejando a un lado la crítica fácil a corrientes ideológicas que lo han invadido todo, intentando pudrir la fresca esencia del feminismo, creo que conviene hacer una reflexión más pausada. Somos más libres y tenemos más derechos, sin embargo notamos a nuestro alrededor una corriente negativa que pretende desviarnos de nuestros objetivos. Los datos de la violencia contra las mujeres siguen siendo inasumibles, el empleo sigue siendo menor para las mujeres, los cuidados y las responsabilidades del hogar no son plenamente compartidos. Además, una nueva mujer ha aparecido ante los amedrentados ojos de un sector de la sociedad.

Los modelos femeninos son hoy más libres y, por ende, más complejos. Estamos viviendo una época en la que la mujer se siente dueña de su cuerpo, con un control absoluto sobre todo lo que ocurre en él. Se siente hermosa porque es libre, libre porque es valiosa. Sobre todo lo concerniente a nuestro cuerpo, nos sentimos soberanas. Esa mujer está también representada en las diosas griegas, en este caso, por Afrodita, diosa del placer sexual y el amor, empoderada a través de su propio cuerpo. Para algunos hombres y mujeres (porque también hay, curiosamente, mujeres machistas) este tipo de mujer zarandea los cimientos del esquema social establecido y está siendo más difícil de digerir por un sector de la sociedad. Además, a todo ello se une el hecho de que el feminismo se ha politizado más que socializado. Los diferentes partidos, y esto está sucediendo en todo el mundo, polarizan cualquier aspecto para llevarlo a su ideología. El feminismo, una corriente mundial imparable, no ha podido quedarse al margen. Unos y otros lo han convertido en seña de identidad política, para ondearlo como bandera, frenarlo o mantenerlo bajo cierto control. Feminismo sí, pero con límites. Dichosa polarización que amenaza con embarrarlo todo.

    Hace unos días leía que un índice muy elevado de estudiantes universitarios no se sienten cómodos con el término «feminismo» y prefieren hablar de «igualdad». Yo misma he experimentado, con tremenda tristeza, el temor al uso de una palabra que hace unas décadas nos definió con orgullo a toda una generación de mujeres. El feminismo nos cubrió con su manto para hacernos mejores como sociedad, como una bandera de todos, para todos (seguimos dejando al margen a algunos especímenes).

El mundo femenino avanza, se enriquece, se ensancha, se agranda, crece al igual que las libertades que vamos logrando. Hay que reflexionar sobre esto último. Las libertades las ganamos, nunca se regalan. También las perdemos, y este proceso es más sigiloso, callado y torticero; por ello, debemos estar atentos. Esa expansión del mundo femenino incluye a nuevas mujeres que se han unido porque se sienten así y esto ha provocado una nueva división entre las feministas. No es más que un «divide et vinces» sobre el que frenar la unión de un movimiento que debería ser de todos. No nos perdamos en disputas ideológicas, nuestro movimiento merece la unión.

    Es indiscutible para el mundo que nos encontramos ante un movimiento crucial. Vivimos una nueva revolución y se llama feminista. Las mujeres exigimos la igualdad para todas y estamos dispuestas a conquistarla. Los síntomas de resistencia deben ser superados. Hay que seguir insistiendo en que no es verdad que ya esté todo logrado. El movimiento feminista no se centra en nuestro mundo avanzado, de mujeres nacidas en democracia, de clases medias o altas. Va más allá, es un deber intrínseco a la lucha, hasta que llegue a todas las mujeres del planeta. Si no, ¿de qué habrá servido la lucha política de Emmeline Pankhurst, la astucia de Ana de Castro Osorio, la valentía de Concepción Arenal, el esfuerzo de Clara Campoamor, la pintura de Frida Khalo, la filosofía de Simone de Beauvoir, la literatura de Virginia Woolf, la perseverancia de Marie Curie, las heridas de Malala Yousafzai o la muerte de Mahsa Amini? ¿Acaso ellas no pensaron en las generaciones futuras? ¿Se conformaron, tal vez, con la comodidad de su situación personal?

La lucha de las mujeres es de todos para todas. En el mundo han aparecido, también en España, los primeros síntomas de una resistencia y una contraofensiva vinculadas a posiciones de la extrema derecha. Hemos de seguir trabajando, convenciendo, insistiendo, argumentando. No es una reivindicación libre de dificultad. Ninguna lucha justa ha sido fácil para el ser humano. Algunos siguen reticentes, matizando las palabras, sesgando términos, discutiendo opiniones, evaluando derivas. No pasa nada. Os esperamos. Aquí, donde cabemos todos. No estaremos indefensas, pues seguiremos manejando la sabiduría de Hécate, la inteligencia de Atenea, la valentía de Artemisa y la independencia de Afrodita.

 

 

 

PRIMER PREMIO III CERTAMEN DE RELATO SOBRE MEMORIA HISTÓRICA DEMOCRÁTICA







"LOS RECUERDOS  DE LA TIERRA"


Me encuentro en un estado de completa inmovilidad, recluido en un profundo pozo negro. Mis brazos están cruzados sobre mi pecho, mientras que mis piernas se extienden en direcciones opuestas. La temperatura no me afecta, a pesar de que el sol brilla de manera persistente, indicando que probablemente estamos en primavera. Los días se alargan, envolviéndome en una sinfonía de colores y fragancias: las tardes naranjas, los días celestes, el verde de los jardines, el tomillo de los caracoles en las cocinas, y el azahar, ¡ay el azahar!, No hay nada más bonito que una primavera en Sevilla.

Aquí dentro huele a humedad. Es la tierra que se empapa por la lluvia, a veces ligera, casi vaporosa, otras en forma de aguacero torrencial. Me gusta la lluvia. De no ser por el fétido olor a humedad preferiría que lloviera todos los días, pero casi todos los días es el sol el que se coloca encima del agujero. Esta tierra no huele a verde; no es tierra cuidada, pues no es tierra de nadie.

A veces escucho voces. Antes eso nunca ocurría, pero ahora sí las escucho. No me atrevo a determinar el tiempo; no sé decir si hace años, meses o semanas. Aquí abajo, el concepto tiempo hace mucho que se congeló, pero he oído unos pasos caminando sobre mí. También he escuchado palabras y hasta un llanto de mujer o eso me pareció. Reconocí el llanto desde las entrañas de la tierra porque así lloró mi Teresa aquella noche. Mi Teresa, ¡qué gran mujer!

          Teresa de la Cruz vivía en la misma calle que mi amigo Juan el Gato, cerca de la plaza, en una casa blanca que olía a incienso de cerca que estaba de la iglesia. Teresa se crio sin madre y con la única compañía de su padre, un borracho indecente que la maltrató siempre por el mero hecho de haber nacido. Yo la conocí ya de muchacha, cuando iba a buscar a mi amigo para los trapicheos que nuestra juventud nos permitía. Uno de esos días calurosos de mayo, ella se cruzó en mi camino mientras se dirigía al taller de costura donde trabajaba. Después de que mis ojos se toparan con los suyos, mi cuerpo ya no encontró reposo y ni siquiera las argucias del Gato pudieron ya arrancarme de la esquina por la que Teresa torcía a diario el revuelo de su falda. Cada tarde de cada día me plantaba en el mismo sitio con el tembleque en las piernas y la esperanza en la boca. Ella se dejaba mirar y a mí se me enredaba tanto la lengua al verla que ni capaz era de dedicarle un saludo cuando el aire de su persona me rozaba la camisa. Cansado ya de sudar quereres sin sonido y dispuesto a clausurar para siempre la esquina donde me paraba para verla, fue Teresa la que un día quiso juntar sus zapatos con los míos y vino a mi casa a buscarme. ¡Así de decidida y valiente era ella! Lo que sucedió esa tarde no lo olvidé nunca. Yo me calentaba un caldo, era de cebolla. Ella, sin yo saberlo, escondía su vergüenza en los portales. Entonces, destapé la olla en la cocina y un vapor espeso me cubrió la cara. Abrí la ventana de par en par y entonces la olí. Las cebollas no pudieron anular el olor de aquella mujer que me tenía el hígado enamorado. Le abrí la puerta y ella pronunció mi nombre. Ese día, torpe como era, tampoco me salieron las palabras de la boca, pero me salió todo lo demás.

Teresa tenía la belleza de un animal salvaje, los ojos como dos ciruelas maduras y las ganas de amar de las que no han sido amadas nunca. Esa mujer escuchó de mi boca los resuellos del goce antes que mi voz, porque era tanto el amor que me cabía dentro que parecía que en mi cuerpo no quedaba espacio para el habla. Con el esfuerzo de un joven inexperto, ensayé unas palabras con las que pedirle al padre la mano de su hija, que a esas alturas ya había metido sus pocas cosas en un hatillo y me esperaba fuera. El padre llegó borracho y, antes de que yo me sacara el discurso del cuello, él empezó a vocear. No era mi persona lo que le molestaba, ni que no tuviera donde caerme muerto, pues en eso íbamos a la par, sino que él había criado a la muchacha más bonita del pueblo y esperaba su momento para que esas carnes de joven hermosura le devolvieran el favor con un modesto negocio que a los dos sacara de la pobreza. Después de escucharlo, ya tampoco me quedó tiempo para usar las palabras, sino que tuve que usar los puños. Con este devenir de los acontecimientos, Teresa casi conoció mi voz en el bendito instante en el que le prometí amor eterno en la parroquia de Santa Ana, con un «sí, quiero» delante de Don Anselmo, el párroco, que tampoco conocía mi voz de tan poco que había rezado yo en mi vida.

Con el tiempo salimos adelante. Ella cosiendo vestidos para otras mujeres y yo trabajando en el campo. Nunca salió una queja de su boca, y de la mía siguieron saliendo resuellos de placer cada noche, porque nada hubo nunca más hermoso que reposar mi cuerpo al lado de la espalda caliente de Teresa.

          Ahora escucho golpes continuos. La tierra se mueve y tiembla a veces. Me cae encima como una lluvia de polvo. La escucho. Se mueve por dentro. La tierra está seca y dura. La están rascando. Cruje. Son sonidos gruesos, metálicos. No es la lluvia. No sé qué es. Nuevas voces se escuchan por momentos, desaparecen y de nuevo vuelven.

El cuerpo de Teresa era lo más hermoso que yo he visto en mi vida. Tenía las piernas delgadas y largas. Cuando se desparramaba entre mis brazos, toda ella era inabarcable; con sus pechos pequeños y blancos en los que se balanceaban delicadamente unas areolas morenas. Tumbada de costado, su cuerpo se convertía en una prolongada curva que a mí me gustaba recorrer con los dedos. Todas las palabras de amor cabían en su espalda. El cuerpo de mi mujer era un bello reposo. Yo lo conocía en todas sus formas, posturas y maneras. Lo probé salado y dulce, sucio de sudor y perfumado con agua de colonia, lo vi encorvado entre costuras y lánguido en la cama, pero nunca imaginé que el cuerpo de Teresa se pudiera hinchar hasta ponerse redondo y duro como una sandía. Así de hermosa y rotunda estuvo Teresa durante el embarazo de nuestra niña.

          Candela nació blanca y gorda como un pan. Una bendición. Vio al nacer un techo cubierto de vigas, unos muros limpios y encalados, un cabecero de forja y una colcha de hilo. Una mesa de madera, una cesta llena de telas de colores, un baúl que contenía la ropa de la casa, una esterilla, una cocinilla, un lebrillo y un recipiente de barro donde su madre mantenía el agua fresca con hierbabuena. Al año nos vino una nueva redondez y un muchachito, mi José. El niño nació lento de entendederas y sufrió muchas veces la humillación de los que se pensaban mejores. Pero José no lamentó nunca su retraso; en lugar de esforzarse por entender el mundo, se dedicó a amarlo por entero. Candela lo defendía de los demás niños del barrio. Su madre y yo, por nuestra parte, lo quisimos defender de la vida, hasta que acabamos entendiendo que era la bondad de José la que nos protegía a todos nosotros.

Así se nos pasó la vida, la buena. Yo trabajando en el campo, Teresa ensartando agujas. El tiempo nos trató con justicia.  Aunque pobres, nunca nos faltó un plato de comida en la mesa. Hasta que todo se deshilachó, como las desgastadas telas de Teresa, pero de eso no me quiero acordar.

A mi José no le gustaba el campo. Prefería quedarse en casa, embelesado con el mete y saca de las agujas de su madre. Con los mismos ojos absortos con los que nació y la sonrisa infinita en su boca, seguía el movimiento de los pies de su madre, el de las manos y hasta el de los labios cuando remataba la faena cortando el hilo con los dientes. Incluso era capaz de contarle las puntadas y, al final del día, las escribía en una libretita que le regalé por su cumpleaños, uno de los pocos que habría de celebrar, pues Don Jacinto, el médico, nos tenía dicho y recordado que el niño moriría pronto.

A Candela, sin embargo, le gustaban la tierra y los animales. Ella se enganchaba a mi mano cada vez que podía y me pedía que la llevara al campo y la montara en los burros. Su madre gritaba, gritaba mucho cuando yo la consentía y la llevaba. A la madre le daba reparo el campo, porque la niña era lista y por nada del mundo quería que dejara de ir a la escuela. A mi Candela le gustaba la tierra porque la ayudaba a soñar. Le encantaba fijar su infantil mirada en el horizonte y contemplar la grandeza del mundo. Mientras yo cargaba y descargaba, ella se quedaba allí durante horas, aliviándome los huesos con una sonrisa mellada. «Cuando sea mayor recorreré el mundo entero». Yo me inventaba historias para ella. Candela era una niña fuerte, no una de esas niñas remilgadas y blandas. Mientras yo inventaba otros mundos para ella, notaba cómo la mirada se le iba escapando del cuerpo hasta que se perdía en aquel horizonte de fantasías. Luego ella me daba las gracias y yo me sentía grande y listo.

Hoy me siento inquieto. Me ha parecido que alguien decía mi nombre. Lo he escuchado claramente, porque hoy la tierra no se ha movido. Tampoco llueve. Hay mucha calma, más de la normal. Parece que los golpes han cesado y diría que el peso de la tierra fuera más leve estos días. Hay pasos ahí arriba. Hace tiempo que sé que no estoy solo. Los oigo. Algunos días, cuando el viento me ayuda, los escucho hablando. Hay voces de hombres y de mujeres. Hay voces que suenan jóvenes y otras son voces viejas. Puede que sean voces como la mía, voces que están en otros agujeros del olvido, como yo. Debe de ser eso ¿Qué si no? Pero, ¿cómo no sentirme inquieto? He escuchado mi nombre en la voz de una mujer. La última vez que escuché mi nombre fue para levantarme y morir.

Yo creo que Teresa me amó siempre, pero el día que más bonito le vi el amor en la cara fue cuando llegué a la casa con la máquina de coser. Era de la tía de mi amigo el Gato, que la había espichado, eso me dijo. Yo, que de nada conocía a esa mujer quise sentir su pérdida, pero la alegría de poder hacer semejante regalo a Teresa me hizo dar un grito de alegría en el momento justo en el que mi amigo me hizo una oferta de compra. Yo no tenía una peseta más de las que ganaba y entregaba en casa, pero el Gato se dejó regatear el precio, no por mí, sino por Teresa, a quien quería como una hermana. Le di mi palabra de que iríamos cumpliendo con los pagos. De eso se encargó ella, que era mejor administradora que yo, y eso lo sabía el Gato y el resto del vecindario.

          Durante ese tiempo, la espalda de Teresa no dejó de coser. Joselito dejó de contar puntadas y empezó a darlas, y Candela se hizo mujer. A nadie en mi casa le pesó nunca el trabajo. Yo aceptaba cualquier otro encargo que se presentara y ella ya no sólo cosía para el pueblo, sino que le llegaban pedidos de otros pueblos y hasta de gente de lo más elegante de Madrid. Tenía tantas entregas que pudimos ahorrar un poco y, de camino, pagarle al Gato lo convenido. Esos fueron buenos tiempos. Luego llegaron otros, aunque de esos solo me dio la vida para el comienzo.

Una noche de verano nos dieron el anuncio. La gente del pueblo salió a las calles. Fue entonces cuando llegaron más noticias y empezaron las revueltas. Se hablaba de un golpe, de detenciones en todo el país, de un levantamiento militar, de muertos y detenidos. Se hablaba mucho y se sabía muy poco. Un torbellino de confusión se cernía sobre todos, hasta que el miedo se instaló en el pueblo como una sombra que tapaba los días.

Teresa me agarraba de la camisa por las noches y echaba el cerrojo. Se llevaba la llave a la boca y la apretaba entre los dientes hasta que escuchaba la promesa de que me quedaría en la casa con ellos. El revuelo de gente en las calles lo alborotaba todo. Intenté aguantar, por ellos; en silencio, a oscuras, apretando los dientes de rabia, hasta que una madrugada escuché los gritos del Gato. Se lo llevaban preso y salí. ¿Qué si no? En el campo, algunos nos habíamos organizado en un sindicato para reclamar mejores condiciones. Eso tenía yo en mi contra, y el Gato y muchos otros: la lucha por una vida más digna.

Salí de mi casa y ya nunca más volví. Yo sé que fueron muchos los que nos buscaron. En esos días de verano todos buscaban a alguien. Me mandaron decir que habían cogido a Teresa. Don Jacinto, el médico, la estuvo buscando hasta que la encontró. Pudo entrar en el estrecho pasillo que daba a las celdas y esperó frente a ella mientras uno de los guardias abría la puerta. La vio detrás de los barrotes; sucia, despeinada, con los ojos irritados y la boca todavía empapada de rabia, pero mantenía la cabeza alzada. El médico me dijo que había visto a hombres hechos y derechos llorando como niños, pero que encontró a Teresa sentada en un banco de madera con la espalda erguida y la cabeza alta. Que cuando la recogió, ella no se derrumbó, y que antes de abandonar la celda se estiró el pelo con las manos y dio un fuerte tirón del vestido hacia abajo, luego alzó la cabeza y se puso en pie. Y entonces yo supe que era mi Teresa. Cuando ella se estiraba el vestido, estaba rabiosa. Conmigo hubo un tiempo en que tuvo que alisarse la falda muchas veces, pero la tela no logró ceder del todo. Fue cuando empecé a trabajar para el sindicato. Aquello no la convencía. Ella decía que quería vivir en paz y ahorrar para mejorar su negocio. Aun así, lo entendió y me apoyó. Teresa siempre fue una mujer decidida y tan hermosa que era imposible separarte de ella. Por eso, durante esos días de presión, sin el calor de su cuerpo junto al mío, pasé tanto frío.

No sé cuánto tiempo pasó. También entonces perdí la noción del tiempo. Aquella era otro tipo de oscuridad, más sonora, menos húmeda, pero igual de temible. Una tarde nos montaron en un camión y nos pasearon por el pueblo. Delante de la puerta de mi casa vi a Teresa, a Candela y a mi José. Candela tenía los ojos llorosos y el vestido mojado. ¡Mi Candela, pobrecita mi Candela, tan soñadora! Nos reunieron a todos en la plaza, cerca de mi casa y de Teresa y de mi Candela y de mi pobre José con su inagotable sonrisa. Después ya no me acuerdo de mucho porque me convertí en río. 

Hoy la tierra está más blanda de lo normal. No puede ser, porque es del todo imposible; sin embargo, puedo sentir el viento. Minúsculos granos de tierra revolotean aquí dentro. Es un movimiento suave, circular. Si tuviera pulmones podría respirar. Abriría la boca redonda y aspiraría la brisa de la primavera y el olor de la dama de noche. ¡Ay, el olor de la dama de noche!

          El último verano que viví no duró mucho y agosto no llegó a su fin. Las últimas estrellas las vi en el cementerio. No estaba solo, un grupo de presos nos aliviábamos el miedo. El camión se detuvo en el cementerio de San Fernando, donde nos esperaba una tapia. Bajamos de uno en uno y en silencio, sin querer saber que andábamos caminando nuestra última noche. Allí nos colocamos, esperando que la vida se alargara unos minutos. Ellos enfrente, esperando no alargarse mucho. El punto final lo puso una ráfaga de metralla. Vi cómo nos apuntaban. Dieron la orden. Entonces, yo me agarré a la espalda de Teresa en nuestra cama, a la infinita sonrisa de José y a la decidida voluntad de mi Candela. Después de eso, la tierra se abrió en canal para recibirnos y llegó la oscuridad.

Hay una mujer que llora arriba. Dicen que llora por mí. Yo espero aquí atento a todo. Puedo quedarme aquí todos los días de las vidas de los demás, pero hoy tengo prisa. He escuchado su nombre junto al mío. Una voz emocionada dicta una lista, empareja nombres de vivos y de muertos. Eso creo. «Candela, hija de Manuel» y el peso de la tierra se ha levantado sobre mí. Hace un sol cegador, me habría gustado sentir la lluvia, pero no importa. Es ella, mi Candela luchadora. Desconozco si habrá recorrido el mundo, pero aquí está, sacándome del olvido.

 


UN BESO Y UN ADIÓS 

              

No hay manifestación de cariño más sensible que el beso. Por otra parte, esta práctica humana ha sido utilizada a lo largo de la historia como muestra indiscutible de nuestra sensualidad y deseo sexual. Si lo pensamos bien, el beso es una forma de comunicación tan versátil y compleja que puede transmitir todo un mundo de ánimos y emociones.

En la Antigua Roma, sabios como eran, existían tres tipos de besos. Por una parte estaba el «osculum», beso formal y respetuoso que se corresponde con nuestro beso en la mejilla. El «basium», de donde viene nuestra palabra beso, se daba en la boca y era una muestra de cariño y afecto, y por último existía el «savium», el beso más intenso, erótico y que más tiempo exigía a las bocas de sus protagonistas por la profundidad de su ejecución. Hay quien lo relaciona con nuestra «saliva».

            Nosotros hemos perdido esa tipología y nos hemos quedado con un único término, sin embargo hombres y mujeres, en raras ocasiones, confundimos los espacios en los que desarrollamos esta maravillosa forma de lenguaje. A veces puede suceder; de hecho sucede y, cuando esto ocurre, no nos queda más que reconocer que nuestro gesto se ha aliado equivocadamente con un deseo no compartido por la otra parte, la boca besada.

            Hace unos días, España logró un hito histórico que fue más allá de lo deportivo. Las jugadoras de la selección de fútbol femenina se convirtieron en campeonAs del mundo (el desesperado argumento utilizado por el machismo de que el masculino incluye el femenino no vale casi nunca, pero menos para un colectivo que incorpora a más de una veintena de mujeres y un seleccionador varón al que la A parece que se le queda adherida a la garganta resultándole imposible de pronunciar). La proeza lograda por la selección de fútbol femenina sacudió las fibras de todos; pero, de manera muy especial, de las mujeres. El gol de Carmona nos levantó a todas de nuestros sillones a la vez que nos erizaba el vello y las melenas; largas, cortas, rapadas, rubias, castañas, negras, rizadas, tintadas, blancas, infantiles, veladas, postizas o desgreñadas. Poniendo por delante un hito deportivo sin precedentes en el ámbito femenino, el triunfo de la selección se convirtió en un logro feminista. Quien más o quien menos se recordó a sí misma calificada de «marimacho» cuando jugaba al fútbol, recordaba a esas niñas pioneras en los partidos infantiles de nuestros hijos, rememoraba las dificultades de las mujeres que no han logrado cumplir sus sueños en el deporte y empatizaba con las jugadoras de la selección que fueron apartadas por reclamar mejoras en sus condiciones y denunciar las actitudes negativas de algunos personajes, evidentes hoy a los ojos de todos. Los medios recordaron incluso a Nita Carmona, más conocida como la Veleta, que tuvo que travestirse para jugar en el Sporting Club de Málaga a mitad de los años 20 y que, una vez descubierto su género, fue represaliada por ello. La victoria de España fue un triunfo hermoso, sin más.

            Sin embargo, como ha ocurrido a lo largo de toda nuestra larga y masculina historia, las mujeres no hemos tenido fácil ninguno de nuestros logros. En esta ocasión, la traba a lo logrado, el freno a la alegría, la obstrucción a la épica victoria, el agravio, el estorbo tuvo nombre, apellido y poder: Luis Rubiales, presidente de la Federación Española de Fútbol.       

            Rubiales representa un tipo de hombre no deseado ya por la mayor parte de la sociedad, es la punta del iceberg de un colectivo masculino machista que no alcanza a comprender que los parámetros con los que se han gobernado en la vida han cambiado sin que ellos se hayan enterado.  Rubiales es un símbolo del machismo, no sólo en el ámbito del deporte, sino en nuestra sociedad y, pensándolo bien, todos hemos tenido suerte de que los acontecimientos se hayan desarrollado así. Los que se lamentan de que su «pico» y la polémica suscitada haya empañado el triunfo de las españolas no deben sentirse apenados. Las mujeres sabemos cuánto nos cuesta dar un pequeño paso, estamos acostumbradas a trabajar el doble, a disfrutar la mitad, a rasgarnos con los techos de cristal y a pagar nuestro precio y reponernos. Nuestras jugadoras de fútbol saldrán fortalecidas de este atropello bochornoso y no nos importará celebrar otra vez un triunfo para la historia y la derrota del machismo.

            El empecinamiento de Rubiales en no dimitir no sólo responde a la negativa a perder una serie de privilegios, tachados de corruptos por muchos, sino que le supone el reconocimiento público de una forma de actuar vergonzante y desfasada, el deterioro visible de una manera de vivir la masculinidad que ha proporcionado a los hombres poder sobre las mujeres, sus cuerpos y sus triunfos. Es esperanzador que esta masculinidad haya logrado asquearnos a casi todos, hombres y mujeres por igual (decimos casi porque todavía quedan Rubiales en nuestro país para organizar otro mundial).

El presidente de la Federación de Fútbol se sintió con derecho a besar a una subordinada porque estaba eufórico. Las mujeres también sabemos mucho de ese derecho. Ya en Roma existía el «ius osculi» o derecho al beso, que ejercían los hombres para comprobar que las mujeres no habían bebido vino. No vamos a asustarnos ahora por un «pico sin maldad», pero sí por lo que significa (el de los antiguos romanos seguro que también era por nuestro bien…).

Luis está muy cerca de alzarse con la copa de campeón del mundo. Su destreza en el levantamiento de mujer al hombro, en el «pico eufórico» y en tocamiento de genitales en palco lo colocan muy arriba en la clasificación.

            El nombre de las glándulas masculinas deriva de «testis» testigo y el sufijo diminutivo-culus. Para los romanos los testículos eran «pequeños testigos de virilidad», esa misma virilidad de la que necesitó hacer gala Luis Rubiales en el palco junto a la reina para celebrar un gol. Qué lleva a un hombre a celebrar así un triunfo colectivo resulta un enigma. Lo que ha quedado claro, gracias a los testículos de Luis, es que la sociedad ha sido testigo de que un comportamiento así no puede representarnos en ningún ámbito social. Confiemos en que Rubiales logre entender al menos eso, se agarre a sus gónadas masculinas para insuflarse valor y abandone el cargo.

             

 

CUÉNTAME UN CUENTO



La palabra discurso comparte raíz con currere, correr. Algunas fuentes afirman que fue esa acepción de carrera de un lado a otro la que originó que posteriormente se aplicara a la palabra y de ahí a la conversación. Sea como fuere, en tiempos de incertidumbre política, y las campañas electorales lo son, el término discurso se acerca más que nunca a su sentido más primitivo. Mientras dure la campaña, nuestros políticos correrán de un lado para otro transmitiendo el mensaje que más se adecúe a sus intereses que, nadie lo duda, serán los de todos.

          Los candidatos y candidatas que se precien ya tendrán diseñados sus mensajes, aquello que los define y distingue respecto de los demás contrincantes políticos. Hasta hace poco los partidos se nos presentaban como equipos compactos de trabajo que ofrecían un plan de acción: objetivos, medidas, propuestas; un programa electoral en el que no faltaban, esto es un clásico hasta nuestros días, una decena de promesas de nula ejecución posterior. Sin embargo, la política de hoy parece que funciona más a golpe de emoción que de razón. Esto ha hecho que los responsables de las campañas electorales se hayan convertido en constructores de relatos que comprometan a los votantes con su producto, el candidato o candidata propuesta.

         El relato nos ha acompañado a los seres humanos desde nuestros orígenes. Los hombres y mujeres hemos construido cuentos e historias con el objetivo de comprender mejor el mundo que nos rodeaba. Los cuentos y relatos forman parte de nuestra cultura y memoria colectiva. Tal vez por ello nos resulta tan fácil impregnarnos de historias más que de razonamientos, aplicar la emoción más que el pensamiento crítico, el relato antes que el dato.

        Vivimos invadidos por las imágenes. En unos minutos frente a una pantalla podemos llegar a consumir cientos de imágenes que acompañan a un producto o idea. Sin embargo, en la política la fuerza de la palabra sigue siendo invencible. La palabra lo puede todo. Puede que un cartel sea brillante o un spot innovador e ingenioso, pero donde los políticos se la juegan es con la fuerza de sus palabras. Cicerón afirmaba que el político, además de una integridad sobresaliente, debe poseer inteligencia, perspicacia y elocuencia. Es importante que el político posea conocimiento de lo que habla, pero además debe saber decirlo y para ello debe poseer agudeza y erudición. Hay que saber elegir las palabras y además colocarlas correctamente. Quienes no reparan en ello, se equivocan. A todos nos gustan que nos cuenten cosas, pero que nos las cuenten bien. Tres sencillas palabras Yes, we can permitieron que por primera vez un afroamericano llegara a la presidencia de los EEUU. Tres palabras que lograron la fuerza de una homilía. Y qué decir del mítico I have a dream, que tumbó los esquemas supremacistas de la sociedad imperante hasta la década de los sesenta.

        Dejando al margen la calidad y fuerza de la oratoria de nuestros políticos, la construcción de su relato es decisiva para emocionarnos y, a partir de ahí, convencernos. Existe el relato del miedo, mediante el cual el votante terminará convencido de que, aunque no le guste la opción que va a votar, no le queda más remedio si no queremos irnos todos a pique. También está el relato del pesimismo: los errores del enemigo político son los que nos han llevado a esta desgracia en la que ahora nos encontramos. Existe el relato humano con el que los políticos se nos muestran como personas absolutamente empáticas con la sociedad que aspiran a gobernar. Pretenden humanizarse aún más. Todos recordamos a la niña perfecta de Rajoy que vivía en un país ideal o a Juana, esa enigmática mujer de Sánchez que cambió de nombre misteriosamente varias veces durante la campaña de las pasadas elecciones generales.

          Para los griegos las victorias en las batallas eran muy importantes, pero lo era aún más la historia que rodeaba después a lo realmente acontecido, el relato de la victoria que, pelillos a la mar, cambiaba según el público o el momento. Lo importante no era ganar, era usar ese relato para construir una identidad colectiva. En política parece estar sucediendo algo parecido, aunque a la inversa: lo importante no es la identidad en torno a unas ideas, sino el relato, el cuento que pueda tocar las vísceras del votante hasta convencerlo, atraerlo  y captarlo. 

          En los cuentos hay un conflicto que resolver, un malvado o malvada y una figura heroica que logra salvar todos los obstáculos. Nuestros políticos siguen este patrón en sus discursos. Cada cual posee una calidad mayor o menor en el dominio de la palabra, pero originales, lo que se dice originales, no son. El continuado uso del relato o storytelling (si nos ponemos snob) al que asistimos hoy en día tiene como objetivo emocionar al votante, tocar sus emociones, aunque para ello haya que apartarlo de la realidad, de lo realmente comprobable, de lo objetivo. Eso tiene como consecuencia la tremenda dificultad que tienen los políticos para contar la verdad.  En mayo de 1940 Winston Churchill, en un contexto en el que las fuerzas aliadas estaban sufriendo numerosas derrotas frente a la Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial, pronunció uno de los mejores discursos de la historia reciente: "Diré a esta Cámara, tal como le dije a aquellos que se han unido a este Gobierno: No tengo nada que ofrecer sino sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor". Churchill no ocultó la verdad al pueblo británico, no se anduvo por las ramas ni aplicó paños calientes. Los trató como adultos merecedores de conocer las consecuencias de aquella decisión. Hoy este mensaje nos habría parecido de una crueldad extrema, falto de empatía, de humanidad. Aunque muy lejos de una realidad tan dramática, podemos reflexionar sobre lo lejos que queda ahora el derecho de conocer la verdad, no el cuento que cada uno nos cuenta: políticos y medios de comunicación a sus servicios.

          En unos días y, después en unos meses, iremos a votar. Nos haremos la lógica pregunta: "¿A qué candidato o partido voy a dar mi voto?" y se convertirá en un ejercicio difícil si queremos ejercer nuestro derecho de manera razonada, pues tendremos que bucear en medio de las palabras para buscar los datos, recordar los hechos, imaginar el futuro y encontrar la verdad. Eso y no otra cosa es votar bien (aunque ahora lo que se estile sea acusarnos a los ciudadanos de votar mal cuando el resultado no ha respondido a sus expectativas). Cuando llegue el momento votaremos, mientras tanto, valoremos la palabra, observemos, leamos, busquemos la verdad, escuchemos, seamos más sabios. Para que luego, no nos vengan con cuentos.

              

MEA CULPA

En los carnavales puede suceder cualquier cosa, en los de Cádiz todavía más, y todavía queda un peldaño en la escala del espíritu libre, genuino e irreverente que caracteriza a la fiesta del carnaval: “las murgas callejeras”. Estas agrupaciones se erigen como protagonistas absolutas de las fiestas por su nivel de autenticidad y porque constituyen representaciones de la vida auténticas, no mediatizadas ni diseñadas para otro reconocimiento que no sea el popular. Una de esas chirigotas de la calle que se han metido al público en el bolsillo son las Cadiwoman cuyo tipo Las femme fatal se hizo viral en su momento. Una amiga cómplice (las mujeres tenemos muchos tipos de amigas: las cómplices, las del trabajo, las guardasecretos, las de salir, las de llorar, las amiga amiga no es pero bueno y las de toda la vida) me envió hace unos días una de las coplillas de esta chirigota cuyo título es “La culpa”. Con unas melenas a lo Rita Hayworth, envueltas en estolas de pelo barato y con todo el arte del mundo las Cadiwoman entonan un mea culpa a ritmo de chirigota (más relacionado con el acto de miccionar que con lo que se espera de esta locución latina) que provoca auténticas  carcajadas. La coplilla es un fenómeno viral entre las mujeres, y no es para menos, porque no es sólo que nos diviertan las desinhibidas posturas y gestos de ellas, el tipo buscado con descarada provocación, la música, los golpes de ingenio o el regocijo bullicioso del bien avenido grupo de amigas (cómplices, seguro, más, ya lo sabrán ellas) sino que además de todo eso su letra nos saca para fuera una risa que nos viene de las entrañas por las verdades que encierra ¿Quién de nosotras no se ha sentido así de culpable alguna vez?

 

“La culpa hay que echarla para fuera,
así que aprovechad cuando vayáis a hacer pipí...
y mea culpa.

La culpa para afuera, la culpa,
saliste una noche de copas
después de una semana de sangre y sudor
y la gente murmura:
esa madre no tiene muy buen corazón,
habrá dejado a su criatura
viendo a Bob Esponja tirado en el salón

Pedir pizza o de chino

Y no hacer un cocido tres horas, plop, plop”

 

La Historia, muy acompañada de la Religión, decidió en su momento colocar sobre nuestros hombros todo el peso del pecado original. Antes de que Eva tuviera que pagar su curiosidad con la multiplicación del dolor de sus preñeces, la dominación del hombre y el estigma de pasar a la historia como causante de todos los males de la tierra, Pandora ya había sido presentada ante las culturas más antiguas como portadora de todas las desdichas que habrían de azotar a la humanidad. Pandora, según la mitología griega, fue la primera mujer de la Tierra. Cada uno de los dioses le otorgó un don, de ahí su nombre que en griego significa “todos los dones”. En realidad la creación de la mujer fue la venganza de Zeus contra los hombres por la traición de Prometeo al robar el fuego sagrado y entregarlo a los mortales. Pandora llevaba consigo una caja sobre la que los dioses le advirtieron: ni ella ni su esposo Epimeteo debían abrirla nunca. Pandora, llevada por la curiosidad, la abrió y de la caja salieron las enfermedades, la guerra, el dolor y demás calamidades que aquejan al género humano. Eso sí, Pandora, asustada, cerró rápidamente aquella funesta caja justo antes de que pudiera escaparse la esperanza. Así es como la cultura occidental terminó colocando la culpa sobre los femeninos hombros. Y no sólo aquí, pues allá en lo que luego habría de ser Latinoamérica, las tribus incas también tenían entre sus historias ancestrales la de una pareja de casados a los que los dioses habían entregado como regalo una cesta de pájaros que no debían dejar volar. ¿A quién creéis que atacó la curiosidad con fiereza hasta no poder controlarse y contravenir el divino designio? Efectivamente, a ella.  

Lo cierto es que a los seres humanos se nos acabó el tiempo de la eterna felicidad y nos enviaron directos a un tiempo de mortalidad y fragilidad frente a toda clase de enfermedades, desastres naturales y desgracias varias. Pero lo peor fue para nosotras, pues se esforzaron en enseñar que la responsable última y central era una mujer. No es de extrañar, pues, que la culpa grande o pequeña, divina o humana, terrenal o doméstica, nos haya perseguido siempre. Pudiera ser que la lucha feminista no haya progresado más por nuestra culpa, entiéndase esto bien, por el sentimiento de culpa que nos ha azotado cada vez que las mujeres hemos tomado decisiones sociales, grupales o personales.

Se habla mucho de la corresponsabilidad en las tareas del hogar. Bien por ello, pero poco se habla de la invisible corresponsabilidad ante las decisiones femeninas, sería excesivo llamarlas feministas, ¿o no? Estudiar cuando tienes hijos, dedicarle tiempo a nuestra formación, entregarnos a una carrera profesional, salir a divertirnos son actividades por las que muchas mujeres seguimos pagando un precio: el de sentirnos culpables. “Mea culpa”. ¿Y si estoy restando tiempo a mis hijos? ¿Y si estoy afectando a mi familia? ¿Y si los demás lo consideran rebeldía? son algunos de los interrogantes que se nos han pasado por la cabeza alguna vez en nuestra toma libre de decisiones. Habrá quien pueda decir que afortunadamente podemos decidir. Es verdad, pero a los que así piensen no vamos a dedicarles más atención de la que merecen, o sea, ninguna.

La lucha anterior de muchas otras mujeres, pertenecientes a pasados mucho más amargos, lograron que hoy seamos mujeres libres. Sin embargo, las mujeres seguimos asumiendo más de lo debido, pues a la culpa que se nos asigna se suman otras más invisibles, las que nosotras mismas cosemos a nuestras vestiduras: no se ven, pero las sentimos. No están ahí porque nos esforzamos en espantarlas, porque revolotear, revolotean.

A nivel social no siempre se nos ayuda demasiado. Con motivo de la celebración del día de la violencia de género (menuda efeméride, que exista ya lo dice todo) surgió la polémica sobre una errada campaña que de nuevo colocaba el peso de la responsabilidad sobre nuestros hombros: “Una chica sola caminando de noche, una mujer en una discoteca con una copa, te pones unas mallas y sales a correr por la noche. No debería pasar, pero pasa”. Pienso que esta campaña fue más desacertada que malintencionada, pues no calcularon qué fibras femeninas estaban tocando con tantísimo desatino, las de la eterna culpa.

Hoy es un día para la celebración de los logros de la lucha feminista (esta sí que es una buena efeméride), un día de color morado. Es bueno recordar que esta lucha comenzó para lograr el derecho al voto “Give women the vote” cuyas iniciales coincidían con las de los colores green, white and violet. Parece que por el camino nos dejamos el blanco y el verde (habrá sido culpa nuestra, sin duda). Las primeras sufragistas definieron su lucha no como un movimiento a favor de las mujeres sino organizado por ellas, esa era la clave de todo: el poder de organizar, reivindicar, celebrar ellas juntas, hoy, nosotras juntas. Era un movimiento por ellas, pero para todos. Son muchas las voces, cada vez más, que lamentan que se excluya a los hombres en este día. No pienso que se les excluya. No deben sentirlo así. Pueden acompañarnos, pero entiendan ustedes, es un ruego, que este día ha de ser para todos, pero nuestro “Ojalá llegue el día en el que no tengamos que celebrar el día internacional de la mujer” suele ser el argumento comedido de algunos durante este día. No sé si nuestras bisnietas y sus amigas cómplices, profesionales, de reír y demás tipos, lleguarán a disfrutar de ese escenario histórico, pero desde luego nosotras estamos lejos de verlo, muy lejos, me temo. (Nota: a los que argumentan “para cuándo un día del hombre” les haremos igualmente el caso que merecen, o sea, ninguno).

Dejen que hoy seamos protagonistas absolutas, reinas del carnaval, femme fatal y aquello que queramos ser y sentir. Permitan que hoy las mujeres celebren juntas y recuerden unidas los nombres de las muchas que, antes que nosotras, lucharon para que hoy nos podamos sentir libres. Dejen que felicitemos a nuestras abuelas, madres y hermanas mayores si inculcaron en nosotras la lucha feminista y acompáñennos, hombres inteligentes y sensatos, porque, ¿qué persona de bien no ha de alegrarse de que una mitad del planeta tenga los mismos derechos, sueños y libertades que la otra mitad? Nosotras, mientras tanto, continuemos esta hermosa y justa lucha. Como decía Al Pacino en la película El abogado del Diablo: “la culpa es como un saco de ladrillos, sólo (con tilde, ahora ya puedo hacerlo sin culpa) hay que dejarlos en el suelo”. Así que hoy, mujer, ¡MEA CULPA!  

LOS SUBLIMES VISITAN A LOS SUBLIMES 

vejez, sublimes, experiencia

"En la naturaleza del joven está el egoísmo. Sois tan fuertes, tan capaces, tan ligeros que cometéis el error de pensar que el mundo es como vosotros lo vivís.  No tenéis un minuto para escucharnos, ni para intentar comprender con qué ojos vemos el mundo los viejos"

"Cuando regresó a la casa y antes de que la boca abierta de su marido lograra cerrarse para articular alguna opinión, soltó el bolso, se puso el mandil y dijo sin mirarlo: «El precio de ser viejo es caro, pero se paga y se sigue».

"Encontraremos la manera de llevarlo a cabo para tener un lugar donde hacer ahora lo que no pudimos antes. Ese será nuestro objetivo y deberemos seguir vivos para cumplirlo. ¿Quién quiere seguir vivo?"

 

La escritura me está regalando momentos hermosos, me siento afortunada por ello. He recibido un regalo al compartir La inocencia de los sublimes con otros sublimes, ellos reales, los otros literarios. En la residencia Gerón y bajo la dirección de Juan Antonio, psicólogo, cuidador, compañero y buen lector, me reuní con unas personas increibles, nuestros mayores. Hablamos de la vejez, de la sabiduría que supone aceptar y adapatarnos a las etapas de la vida, de las virtudes que encierra la vejez. 

Ellos hablaron de sus vidas, las pasadas, las presentes y las futuras, porque se resisten a detenerse. Son inquietos, curiosos, divertidos. Ayer estuve en un pequeño Apóstoles, como el que pinto en mi novela. Me encontré con personas interesantes, alegres, compañeras unas de otras. Se quieren, respetan y se cuidan.Fue toda una lección de vida que procuraré repetir. El invisible velo de los recuerdos nos cubrió a todos: hubo sonrisas, emociones y muchas ganas de compartir. Voy a escribirlo  esto en letras muy grandes, para que todos podáis leerlo. Gracias de todo corazón, sublimes


Encuentro con el club lector El Morro Bibliotecas del Estado 

" Si tú me dices ven, lo dejo todo"

Ayer tuve el enorme placer de ser invitada al club de lectura de la Biblioteca El Morro de nuestra ciudad. La lectura es un acto íntimo y personal que no necesita de aspavientos ni aderezos. La reflexión sobre nuetra novela "La inocencia de los sublimes" fue un ejemplo de lo que significa compartir emociones, trozos de vida y pensamientos a través de un libro en común. Hubo intervenciones brillantes,confesiones personales, recuerdos, anécdotas y anhelos sobre la vejez. No faltaron las risas ni la espontaneidad. Pero, sobre todo, hubo mucha autenticidad, eso que en el sur decimos " de lo que sale de dentro". Salí emocionada e ilusionada con un nuevo proyecto. Los sublimes se van a encontrar muy pronto con los sublimes de Ceuta. Club lector de El Morro os lo digo " Si tú me dices ven, lo dejo todo"

ENTREGA DE PREMIOS EN EL MUSEO DEL PATRIMONIO DE MÁLAGA DEL XXII CERTAMEN "DIME QUE ME QUIERES"

Muy escasa es mi experiencia en certámenes y ceremonias de entrega de premios. De hecho nula hasta ayer. En la lejanía de tu domicilio, imaginas un público exquisito en la crítica de las obras, un jurado  inaccesible y una ceremonia díficil en la que, temes, no vas a saber desenvolverte.

He tenido la enorme fortuna de poder asistir, como ganadora de la fase nacional del certamen "Dime que me quieres", a la ceremonia de entrega de premios.  La entrega de premios se celebró en el Museo del Patrimonio Municipal de Málaga y no pudo ser un acto más emotivo y didáctico a la vez. 

Fue emotivo porque la sala, haciendo honor al nombre del acto, se llenó de amor. Didáctico porque salí de allí más sabia. Finalistas, ganadores, público y jurado ocupamos la sala. Los papeles quedaron difuminados gracias a la cercanía y el cariño con el que el jurado inauguró el acto. Doña Emilia García, escritora y una de las fundadoras de este certamen,  hizo un hermoso alegato del amor y de la necesidad que tenemos como sociedad de hablar de él: " Lo vamos a necesitar más que nunca". 

A continuación  pasó la palabra a la escritora Doña Mercedes Antón y al también escritor Don Carlos Pérez. Me gustó especialmente la valoración personalizada que hicieron de cada una de las obras finalistas y ganadoras. No sé cúal es es el modus operandi en estas entregas de premios ( no me importaría en absoluto acostumbrame a ellas), pero me pareció un gran acierto. Los escritores no consagrados trabajamos en soledad y no tenemos la suerte de contar con voces expertas que sepan diseccionar nuestra obra para aprender y mejorar. D. Carlos Pérez fue el encargado de comentar mi relato " El amor que nos debimos" y me traje sus palabras  a casa como un regalo. 

En la ceremonia se destacó el estilo elegante, la calidad literaria, que recuerda a los cuentos de García Márquez, y la acertada descripción de los personajes, pero lo que más me emocionó fue escuchar en la sala los nombres de mis personajes: Pedro Araujo y María Paula Cortés se asomaron a la sala y allí se quedaron hasta el final, escuchando las emociones que su amor había provocado en otras personas. 


1. oct., 2022

HOY CELEBRAMOS EL DÍA DE LOS MAYORES

18. jun., 2022

Uno de los retos que me marqué al finalizar "La boca de los cien besos" fue ir a Barcelona a presentarla.

8. abr., 2022

Pura generosidad

16. mar., 2022

"Donde hay alimento hay vida y esperanza. Alimentarse es mantener la vida. Comer en sociedad es una comunión".

13. feb., 2022

Dedicado a todos los que siguen amando a pesar de la vejez, la enfermedad o el olvido. Como escribió Virgilio "Omnia vincit amor"

23. ene., 2022

¿Seremos capaces de recomponer entre todos la delicada porcelana de la educación?

24. nov., 2021

"Hay quien dice que lo contrario del amor no es el odio sino el miedo. Quedan muchas mujeres con miedo todavía, demasiadas"

5. nov., 2021

Aquí el enlace a la entrevista Hoy por Hoy

17. oct., 2021

El pasado viernes tuve el honor de ser invitada para celebrar el día de la mujer escritora en el IES Luis de Camoens.

12. oct., 2021

El día doce de octubre celebramos la efeméride de la hispanidad.Un año más, historiadores, columnistas, colaboradores, entrevistados, y opinadores reclamarán o

8. oct., 2021

Camino por la calle detrás de un grupo de estudiantes que protestan sobre el calendario de exámenes que algún profesor ha debido de avanzarles. Uno de ellos se

28. sep., 2021

Le tengo tanto respeto a la literatura que me resulta difícil llamarme escritora.

7. sep., 2022

CONEJOS BLANCOS

29. abr., 2022

"Para una madre, el abrazo a un hijo es un nuevo cordón umbilical con el que procuramos ceñirlos de nuevo a nuestro cuerpo"

18. mar., 2022

MESA REDONDA " Mujeres que transforman el mundo"

6. mar., 2022

"Quedan, sin embargo, muchas Penélopes bordando en silencio. Este día es de ellas".

28. ene., 2022

Crítica de la escritora Dolor Jimeno a "La inocencia de los sublimes"

13. ene., 2022

Sirva este texto para acompañar a los que sufren.

6. nov., 2021

BIBLIOTECA PÚBLICA ADOLFO SUÁREZ

31. oct., 2021

Todos tenemos fantasmas a los que rendir homenaje en este día

14. oct., 2021

Asómate a la pestaña de libros para leer más sobre mi nueva novela. Gracias por leerme y por acompañarme en esta nueva aventura literaria

8. oct., 2021

Con el comienzo del curso universitario, muchas familias se ven sacudidas por un inesperado impacto de emociones: del orgullo por los logros de los hijos, que a

29. sep., 2021

Dedicado a todos los que se mueven entre nosotros y los agujeros del olvido. Un extracto de mi próxima novela La inocencia de los sublimes.

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