29. sep., 2021
"Valeria espantaba las moscas de los ventanales de la sala, cuando Leusebio llegó hasta ella con la mirada abierta y la cabeza vacía. Se habían despedido hacía un instante exacto para ella e impreciso para él. Alzándose delante de él, matamoscas en mano, se centró en espantar el extravío que amenazaba con tragarse a su marido en ese instante.
—No recuerdo adónde quería ir, Valeria.
—Vas a casa de Serafín, Leusebio. Has regresado porque yo te he llamado desde el ventanal. He decidido acompañarte.
—¿Qué haces espantando moscas en mis narices? Estás cada día más rara, mujer —protestó Leusebio.
—Asegúrate siempre antes de salir de que llevas las llaves, Valeria.
Supo enseguida Valeria que el extravío había salido por la ventana llevándose las moscas con él. Acarició el pecho de su marido y fue a alistarse para salir. Cuando estuvieron en la puerta, el hombre se palpó el pantalón para asegurarse de que llevaba las llaves en el bolsillo. Las sacó, las miró y luego las volvió a meter en el pantalón.
—Sí, Leusebio. No podemos perderlas —dijo ella soltando luego un suspiro.
( Extraido de "La inocencia de los sublimes", próximamente a la venta)
Valeria, que sin parecerlo sabía que los días apremiaban, ya hacía tiempo que había diseñado trucos para que el olvido no se instalase en la casa. Había rotulado armarios, trucado puertas, asegurado el fuego y multiplicado los objetos cotidianos del marido. Ese era el motivo por el que Leusebio siempre encontraba su indispensable juego de llaves entre la docena que tenía dispersos por la casa. Y así, entre tretas y argucias, lo protegía de los momentos de ausencia y los descuidos del día, y así lo haría mientras a ella le alcanzara el ingenio y la memoria; porque tenía decidido que pactaría la convivencia con el extravío antes que abrirle la puerta a la verdad."